Historia medio inventada de unos viejos papeles, por Juan Gaitán

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Yo iba para impresor, pero me torcí por el camino y acabé juntando letras con mucha voluntad y algún que otro acierto. Siempre me gustaron los libros, los papeles, guardarlos, repasarlos, estudiarlos. No he hecho (bien) otra cosa en mi vida, y me la he ido dejando en eso, porque en algún lado hay que dejársela.

Todos los bibliófilos somos, más o menos, del mismo corte. Nos gusta perseguir ejemplares raros y luego atesorarlos, dedicar la calma de las tardes a leerlos, a contemplarlos. Y somos especialmente felices cuando esos ejemplares raros llegan a nosotros de una forma también extraña.

Hace unos días llegó a mis manos una colección incompleta de los fascículos (entonces todavía no se les solía llamar así) en que se publicó originariamente la obra “Historia de Málaga y su provincia”, de Francisco Guillén Robles (*), allá por 1873. Están, todavía, con sus cubiertas originales, impresas en un papel muy delgado, de mala calidad, porque no estaba previsto que perduraran en el tiempo, sino que fuesen eliminadas cuando se encuadernase la obra completa.

Retrato de Francisco Guillén Robles expuesto en el MUPAM, Málaga

Esta colección pertenecía a D. José Luis Sánchez Oliva, que fue secretario del Ayuntamiento de Marbella y padre de mi muy generoso amigo Ignacio Sánchez Ibáñez, que me la regaló tras la muerte de su padre. Pero en cuanto eché el primer vistazo me di cuenta de que D. José Luis no fue su único propietario. Probablemente el primero fuese D. Juan Domínguez, y también es bastante probable que fuese un maestro de escuela en aquella Málaga del último tercio del siglo XIX. En la portada de algunos de los cuadernillos está escrito a mano “Juan Domínguez” y, separado “escuela”, lo que da pie a imaginar a éste primer propietario, suscriptor de la colección, yendo a retirar el ejemplar que le tenían reservado. Hay algunas anotaciones a lápiz, pocas, en los primeros fascículos, escritos con una letra elegante, de trazo firme, seguro, que hace pensar en un hombre en su plenitud, maduro pero no viejo, tal vez en torno a la treintena, que era la edad de la madurez en ese tiempo.

La literatura sirve, sobre todo, para rellenar los huecos. Ya dejó dicho Aristóteles en su poética que la poesía era superior a la historia porque la historia se ocupa de lo que fue, pero la poesía se ocupa de lo que pudo haber sido, que es mucho más interesante. De modo que amparado en esto puedo imaginarme a D. Juan Domínguez vestido con pulcritud pero no demasiado a la moda, caminando hacia la calle Marqués a retirar la entrega semanal, haciendo un esfuerzo para desembolsar los dos reales que costaba la suscripción.

Pero no fue D. Juan Domínguez el único propietario de la colección. Tras él aparece alguien que añade varias notas escritas con tinta azul de estilográfica y señalando “nota hecha por L.F.T. en 1958”. Por el contenido se puede afirmar que era de Málaga y conocía profundamente la ciudad y sus entresijos. Por el temblor en la grafía podría ser un señor de edad avanzada, de modo que puedo figurármelo ya anciano, en un cuarto luminoso, algo desordenado, atestado de libros y documentos, fumando (hay algunas quemaduras en varias páginas, las típicas de la pavesa que cae del cigarro liado) y leyendo mientras sus cansados ojos se lo permitían.

El resto de la historia es ya más fácil. De José Luis Sánchez Oliva conozco su historia y tengo una imagen nítida. Ahora yo soy el cuarto depositario de esta colección que, gracias al azar, me enlaza con otras personas a lo largo de más de un siglo y, por lo poco que sé y lo mucho que invento, los siento tan cercanos como ellos sintieron estos viejos papeles que han logrado atravesar el tiempo y darles una sílaba de inmortalidad. Y quién sabe si alguna vez confiaron en que, cuando ellos ya no estuvieran, alguien con idéntico amor por sus viejos papeles sería feliz dedicando la calma de las tardes a hojearlos y ojearlos imaginando, con un punto de afecto, cómo fueron sus antiguos dueños, y rastreando sus vidas en ellos.

* El siglo XIX, con su carga romántica, fue el de la búsqueda de la “otredad”. Mientras España se llenaba de viajeros románticos provenientes de todas partes de Europa ansiosos por encontrar lo exótico, los españoles buscábamos esa “otredad” en nuestras propias raíces. Málaga tuvo un destacado papel en el arabismo español del XIX, con un trío de estudiosos que se sucedieron unos a otros. Así, Serafín Estébanez Calderón tuvo como alumno a Francisco Javier Simonet y este a Francisco Guillén Robles, que alcanzará los mayores logros. Su “Historia de Málaga y su provincia”, publicada por entregas entre 1873 y 1874 (ver foto), es un prodigio de documentación basada en la consulta crítica de las fuentes textuales y arqueológicas y, sobre todo, por primera vez alguien utiliza los manuscritos árabes de la época musulmana para trazar ese tiempo. Guillén Robles alcanzó, por esta obra, merecida fama y la entrada como miembro correspondiente de la Real Academia de la Historia y el cargo honorífico de cronista oficial de la ciudad.



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