Una estrella llamada Marisol, por Luis García Gil

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Si hay un mito del cine y la canción españolas que haya trascendido las modas de la época y los cambios sociológicos es, sin duda alguna el de Marisol / Pepa Flores. Este viernes 26 de enero, La Térmica inaugura en la Sala de exposiciones Mare Nostrum, P.º Blas Infante, 20 de La Cala del Moral (Rincón de la Victoria) la muestra que ya disfrutamos en la capital «Marisol: el resplandor del mito», una colección de imágenes del fotógrafo César Lucas. Para celebrarlo, hemos encargado un texto que es una primicia, al ensayista musical y poeta -y cineasta- gaditano Luis García Gil sobre Marisol. Gil, que ha escrito de lo mejor publicado en este país sobre músicos como Serrat, Ruibal, Brel o Atahualpa Yupanqui, está a punto de publicar un libro en la editorial Milenio sobre Marisol, dándole la importancia que su obra y personalidad han tenido en la música y la sociedad españolas. En este texto, más allá del mito, pone las cosas en su sitio. Diciendo cosas como «Marisol, creciente y sonora poseía una personalidad indiscutible que impregnaba cualquier grabación, por nimia que pareciera. Si hubiera nacido en Francia, Serge Gainsbourg la hubiera adoptado, como si ella fuera un cruce de France Gall, Brigitte Bardot y Françoise Hardy». Pasen y vean. Pasen y lean.

 

UNA ESTRELLA LLAMADA MARISOL. Por Luis García Gil

Las canciones como la lluvia del poema borgiano suelen acontecer en el pasado. Esto lo supo bien Jaime Gil de Biedma.Las melodías pop constituyen suertes de retornos de lo vivo lejano. En ese ámbito evanescente, ingrávido, de la memoria auditiva aparece una y otra vez Marisol que constituye parte de la épica y de la lírica del pop español de los años sesenta.

Pocos ejemplos más adecuados que el de Marisol para explicar un país que sumido en una dictadura trataba de encontrar ventanas abiertas porque como cantaba Sisa cualquier noche podía salir el sol. Y la música pop de los sesenta ofrecía un territorio de sugerencias indudables. Es la década de la explosión Beatle y de la explosión Rolling y de Bob Dylan tornándose eléctrico tras sus comienzos de abanderado de la música folk. Es la década de Jacques Brel en el Olympia con todo lo que aquel creador torrencial suponía.  Es el rock y el pop cogidos de la mano.

El pop español de los sesenta no puede permanecer ajeno a todo lo que se está gestando en aquella década con años claves como 1965, bien analizado por el musicólogo Andrew Grant Johnson en su libro The most revolutionary year in music. Ese año Marisol graba El cochecito y ya empieza a enhebrar un repertorio pop que tiene en el gran Augusto Algueró un factor clave con un cancionero hecho a su medida en el que se produce una sublimación del concepto easy listening con canciones aparentemente insustanciales, pero fundamentales para entender el contexto de toda una época.

La niña Marisol de las primeras películas (con Un rayo de luz, año 1960, empezó todo) es producto de los tejemanejes y de la voracidad del productor Manuel Goyanes. En medio del vértigo y de la sumisión, de los tentáculos del producto y de la fama, Marisol emerge como una figura única en el desierto hispano, en aquel contexto de furibunda reacción a toda apertura de pensamiento. La niña va siendo mujer, y su flamenquismo canoro va asomándose a otros mundos para ser también  chica madison y chica ye-yé, cruzándose con el Dúo Dinámico y luego con Juan y Junior que son también parte de aquellas bandas sonoras donde el pop iba ganando la batalla a la querencia carpetovetónica.

Otro músico y arreglista talentoso que entrará en escena será Juan Carlos Calderón que  servirá a nuestra protagonista una serie de jugosas piezas, algunas tan curiosas como La diosa del mar con ecos africanos. Calderón llena una época del cancionero hispano como también la llenó Juan Pardo que escribe alguna pegadizas canciones que Marisol hará suyas (Mamy Panchita, Aquel verano, Muchachita Mary, etc). Eso antes de que aparezca Manuel Alejandro que le servirá a nuestra protagonista todo un elepé meloso y romántico, melódico y sutil, embriagador y amoroso. Para entonces Marisol parecía haber reconquistado su propia identidad perdida, al encuentro de Pepa Flores y superados los sometimientos de otro tiempo.

Todos los músicos citados prestaron su sensibilidad a la voz de Marisol, progresivamente melancólica y definida en la Enciclopedia de la Música Pop, que orquestara José María Iñigo,  como “voz como nublada por el alcohol a veces, tierna y susurrante otras”. Esa Marisol creciente y sonora poseía una personalidad indiscutible que impregnaba cualquier grabación, por nimia que pareciera. Si hubiera nacido en Francia, Serge Gainsbourg la hubiera adoptado, como si ella fuera un cruce de France Gall, Brigitte Bardot y Françoise Hardy.

(360º en torno a Marisol. Especial dirigido para TVE en 1972 por Valerio Lazarov restaurado por RTVE)

Marisol canta No me quiero casar pero se casa con el hijo de Goyanes. Pero aquella boda de conveniencia se tornará –como era previsible- matrimonio de desavenencias abocado a la ruptura.  La malagueña buscará en el cine papeles de mayor enjundia pero no los encuentra. La dirige, sin ir más lejos, un Bardem en horas muy bajas. Lo que no decae es la presencia de nuestra star en las revistas del corazón.  También la vemos en la revista Mundo Joven, termómetro de la música pop española que deja de editarse en 1973.

La discografía marisoliana tiende a la dispersión pero tiene fogonazos espléndidos, momentos en los que la intérprete brilla con luz propia. Ahí está su celebérrimo Corazón contento en la que Marisol otorga vida propia a una canción irrelevante de Palito Ortega. O Tu nombre me sabe a yerba que reinventa el clásico serratiano otorgándole sensualidad y luminosidad pop.  En ese camino no faltarán ni clásicos anglosajones –Hey jude de Beatles a la cabeza- ni incursiones de estándares latinoamericanos con el acompañamiento de Los bohemios paraguayos. Hasta que llega la Pepa Flores que encuentra a Gades y empieza a bucear en un territorio de canción más comprometida para terminar grabando una rareza palpitante, el disco Galería de perpetuas donde comparecen mujeres sufridas y prostitutas y un singularísimo aliento feminista. Y a la par que ese disco estimable rueda su mejor película de maquis y posguerra: Los días del pasado, a las órdenes de Mario Camus. Son años en los que también le entrega canciones Luis Eduardo Aute en el que será el disco testamentario de la otrora prodigiosa niña del cine español. Aquel disco servido por Aute se grabó en 1983 con arreglos de Ricard Miralles, alma sonora de Joan Manuel Serrat.

La Marisol de los años 70 posaba en revistas de muy diverso pelaje como sugestivo icono pop. Las fotos de César Lucas para la cosmopolita revista Bocaccio preludian su impactante desnudo en Interviu que alumbra per se la democracia naciente. A Marisolla adjetivaban con fruición escritores como Juan Marsé o Francisco Umbral. Plumas patrias ensimismadas en su anatomía que genera hasta todo un libro de género inclasificable: Mide el cuerpo de Marisol firmado por Víctor Zalbidea.

Marisol fue nouvelle vague del tardofranquismo, musa de la transición, libertad guiando al pueblo, sin Gericault que la pintara, cuando soplaban vientos de democracia urgente y la movida madrileña componía otra serie de himnos para consumo de una nueva generación. Hemos pasado de Luis Lucia, cineasta de los primeros ecos de la niña Marisol a las tribus urbanas ochenteras, de las Galas del Sábado a Tocata. Veinte años habían pasado y sí eran mucho contradiciendo el gardeliano tango. Y la vida podía pesar en las pupilas de quien había vivido muchas vidas en una sola, de quien cantaba ingenuamente que la vida era una tómbola sin adivinar las tormentas que arrecian en la escarpada senda.

Marisol se fue pero antes de esquivar los focos fue Mariana Pineda en la pequeña pantalla. En Málaga estaba su locus amoenus, ese lugar donde ensayar el arte de la desaparición, sin que fueran necesarias ni más canciones ni más películas ni más zozobras mediáticas y especulativas. Todavía nos sigue cantando en algún rincón de nuestros sueños. Envueltos en niebla los viejos tocadiscos nos traen canciones que hallaron sentido en los labios cantores y azambrados de la niña de Málaga.  Ella fue el temblor de una época. Ella sigue siendo persistencia y mito.

(1): Las fotografías que acompañan al artículo son imágenes inéditas de la colección personal del fotógrafo gaditano Fernando Fernández.
(2): La exposición Marisol: el resplandor de un mito permanecerá abierta en Sala de exposiciones Mare Nostrum, (P.º Blas Infante, 20. La Cala del Moral) del 26 de enero hasta el próximo 2 de marzo.


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