Come lento y aprende de las plantas, por Aina S. Erice

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Esto son un gastrónomo y un neurobiólogo vegetal que se sientan a tomar un café espresso y a charlar de cómo podría salvarse el mundo. No llevan mallas de superhéroe, ni tampoco han sido picados por ningún insecto (o planta) radioactiva. No van a hablar de villanos ni de batallas campales llenas de rayos, truenos y onomatopeyas de cómic. Eso no significa que no haya una batalla que librar, pues sí la hay: el despertar de la consciencia de cada uno de nosotros, para empezar a mirar la realidad a través de una clave de lectura nueva, distinta—o, para ser más concretos, biodiversa.

Los superhéroes que protagonizan este diálogo-libro llamado Biodiversos son dos italianos preocupados —cómo no— por el buen comer, y por el mundo vegetal (que es el que nos permite comer bien): Carlo Petrini, fundador de Slow Food, y Stefano Mancuso, científico y divulgador de la inteligencia vegetal.


Como todo buen diálogo, las temáticas que aborda son variadas, sin un guión rígido preestablecido al estilo de “
Ahora hablaremos del punto 5.1.1: Definición de Sostenibilidad”. Sin embargo, no da la sensación de ser un cóctel de ideas ni agitado, ni revuelto: nuestros interlocutores nos guían desde el planteamiento inicial del problema (“En 2050 la Tierra tendrá nueve mil millones de habitantes”) hacia conclusiones que pueden ayudarnos aresolver el desafío inicial. A nadie sorprenderá que esta solución se llame biodiversidad, o que el último capítulo saque a los humanos del papel protagonista con un puntapié (cariñoso) y coloque en su lugar a las plantas, pues “El mundo es de las plantas.

 

Carlo Petrini

 

Stefano Mancuso


Tal vez estarás preguntándote si las ciencias vegetales y la gastronomía son
disciplinas desde las que puede cambiarse el mundo… A lo que respondo: rotundamente SÍ, y te diré por qué. Es muy fácil:

  1. Porque todos comemos. Varias veces al día, cada día de nuestra vida.
  2. Porque todo lo que comemos es, en última instancia, vegetal (ya lo dicen mis amigos carnívoros cuando le hincan el diente a un filete: ¡es hierba transformada!).

Y es que la alimentación es un acto que va mucho más allá de la cocina (capítulo 2): tiene dimensiones agrícolas, sociales, económicas, ambientales… y si puede favorecer grandes injusticias (como la esclavitud en tiempos pasados, o la actual pérdida de selvas en Indonesia), también deber ser capaz de funcionar como instrumento a favor del bien.


Educar el paladar y hacer algo tan simple como acoger y apreciar una mayor
diversidad de sabores en la mesa, desde los agrios del encurtido hasta el amargo de la rúcula silvestre, puede cambiar el mundo (
capítulo 6). Puede salvar no sólo una variedad vegetal o un producto tradicional, sino también a las personas que viven cultivando y transmitiendo ese sabor.

Educar nuestro sentido crítico y nuestro lenguaje: aplicarlo con mayor respeto por el significado de las palabras, para evitar su devaluación a base de sufrir abusos (capítulo 5) … eso también ayuda a mejorar el mundo.

¿Y las plantas, pintan algo más, o están ahí sólo como aperitivo conversacional? Me alegra que lo preguntes, pues Mancuso propone la ¿radical? idea de que las plantas pueden servirnos como modelo a seguir para diseñar un futuro mejor, un modelo de organización social estable y resiliente (capítulo 4). La planta es un sistema sin control centralizado: no tienen cabeza ni órganos imprescindibles para su supervivencia. Todo es difuso, redundante, un montón de unidades autónomas conectadas entre ellas.

 


Sin moverse del sitio, sin aspavientos ni efectos especiales, se las apañan para medrar y prosperar.
Las plantas son también un ejemplo que nos ayuda a concebir el tiempo de forma distinta, a darnos cuenta de que la velocidad no es un bien en sí mismo (
capítulo 3).


Cantan los elogios de la lentitud, que en realidad serían más bien los elogios del ritmo bien escogido: cuando hay que ir en quinta, sé una centella; cuando hay que pasear en segunda, sé una flor de calabacera desperezándose. Pues el paseo de la vida se disfruta más si adecuamos la marcha a cada ocasión.


¿Y cómo termina esta plácida y meandrosa conversación en papel?
Pues en verde, por supuesto: poniendo sobre la mesa la cuestión de los derechos vegetales (tenemos en la península a un filósofo, por cierto, que se dedica a este tema). ¿Tienen derechos? O, mejor dicho: ¿nos conviene
a nosotros que tengan derechos? (No olvidemos que A) los derechos son una invención humana, y B) nuestro gen egoísta nos anima a preocuparnos sobre todo por nosotros mismos).
Este libro no proporciona la fórmula mágica para cambiar las cosas. Al final, los superhéroes no van a salvar el mundo, porque no pueden hacerlo solos.
Sin embargo, sí nos indican la clave para lograrlo: la biodiversidad. Nos sugieren un modelo en el que inspirarnos: las plantas.
Y una actividad universal, a partir de la cual todos podemos abordar el desafío
planteado
cada día: comer.


Una lectura para degustar a ritmo
slow (casi diría vegetal) a la sombra de un árbol; un libro que deja un buen sabor de boca.

 

A propósito de Biodiversos (Stefano Mancuso & Carlo Petrini, Galaxia Guttenberg. 2016).

Stefano Mancuso es una de las máximas autoridades mundiales en el mundo de la neurobiología vegetal. Es profesor asociado en la Universidad de Florencia y ha publicado más de 250 artículos científicos en revistas internacionales.

Carlo Petrini, fundador de Slow Food y personalidad universalmente reconocida en el campo de la ciencia gastronómica.



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